(Siruela, 2006)
El erudito Juan Arnau preparó esta edición de un famoso tratado del filósofo hindú Nagarjuna, quien se hizo presente en este planeta durante la segunda mitad del siglo II y primera del III. Nagarjuna creó una escuela filosófica, la madhyamaka (camino del medio), que en algo resuena con el pensamiento de Confucio (“fácil es lanzar la flecha más allá o más acá, lo difícil es acertar en el blanco”), pero que, en su esencia, es hermana de la libre y enigmática enseñanza de Lao Tse, el fundador del taoísmo (si es que algo tan inasible como el taoísmo puede ser fundado).
Tanto Nagarjuna como Lao Tse preconizaban la inutilidad de las disputas verbales. “Como no discuto, nadie puede discutir conmigo”, leemos en el Tao Teh King. Nagarjuna, quizás más sistemático que el viejo sabio niño (nombre dado por el cubano Lezama Lima a Lao Tse), construye un diálogo con un interlocutor imaginario, al que atribuye las posibles objeciones que puedan ir surgiendo a su idea de que, como todas las cosas están serenas y en reposo (“todo está como en silencio”), toda proposición (afirmación, opinión) carece de sustancia y sentido, y por tanto debe ser evitada.
Este librito es una verdadera delicia. Cada párrafo nos regala joyas de pensamiento y poesía (¿acaso no son lo mismo?), además de las notas y textos explicativos de Juan Arnau, que incluye la asombrosa historia de Rahula Sankrityayana, viajero infatigable, miembro del Partido Comunista Indio, profesor de sánscrito en la Universidad de Leningrado, que en 1934 realizó un viaje al Tibet en busca de manuscritos, y volvió con 22 mulas -¡22 mulas!- cargadas de “manuscritos, tankas tibetanas y otras joyas esenciales para la historiografía del budismo”. En alguno de los lomos de esos pobres animales venía el manuscrito en sánscrito de Vigraha – vyavartani, el aproximado título de este tratado.
Nos gusta discutir, defender posiciones, atacar los argumentos de otras personas, decir blanco cuando los demás dicen negro, afirmar nuestras identidades a costa de las identidades otras, y sobre todo decir NO a todo lo que eleve nuestra tensión arterial en un par de milímetros de mercurio (podemos expresar la cifra en kelvinios, si queremos satisfacer a la Oficina Internacional de Pesos y Medidas). Algo así como lo que ocurre en una película donde el personaje de Groucho Marx, elegido como rector de una importante universidad, dice, en su discurso inaugural: “debéis entender una sola cosa: antes de que digáis nada, yo… ¡me opongo!”.
Leer libritos (breves en páginas e infinitos en sentido) como este nos refresca el alma, aviva la reflexión, nos baja los humos, nos devuelve a la cercanía de esa vacuidad tan defendida por el espíritu de Oriente, en oposición a la llenidad propia de nuestras bulliciosas transacciones sociales. Pues, como reza el exergo elegido por el mismo Arnau para encabezar este espléndido trabajo (exergo extraído de otro librito de infinitas resonancias: Jakob von Gunten, de Robert Walser), “carecer de algo tiene también fragancia y energía”).