LA MUERTE DEL COMENDADOR, de Haruki Murakami
Los habitantes de los mundos creados por Haruki Murakami, escritor japonés nacido en 1949, son personas ordinarias atrapadas en circunstancias extraordinarias: he ahí uno de sus poderosos atractivos. Sus grandes novelas, como La caza del carnero salvaje, 1q84, El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, son alucinantes metáforas de la vida moderna sazonadas con un trasfondo sutil de mitología y metafísica. Los personajes, hundidos en el misterio y el sinsentido, no dejan de cultivar sus pequeñas manías, sus ritos cotidianos, y en esa mixtura de mindfulness y shinto japonés reside otro de los secretos encantos de la prosa de Murakami.
Con casi 70 años de edad y una serie de absolutas obras maestras a su haber, ¿todavía sería capaz de sorprendernos el escritor japonés más leído de la actualidad? La respuesta, la satisfactoria y desconcertante respuesta, se llama La muerte del comendador, última hazaña literaria de Murakami, publicada el año pasado por Tusquets en dos tomos (casi mil páginas en total).
Tomohiko Amada, un pintor contradictorio y enigmático, se dedica a pintar flores y paisajes, como tantos otros de sus colegas. Pero en algún momento, merced a alguna experiencia traumática de la que no se tiene mayor noticia, da un salto en el vacío, abandona su tendencia anterior y se pone a pintar en el estilo del período Asuka, de comienzos del siglo VII. ¿Qué ocultos resortes tuvieron que moverse en el maestro Amada para que decidiera conectarse estéticamente con una época tan remota?
La respuesta a esta y a otras preguntas que se le van apareciendo al lector casi en cada página, parece encontrarse en un cuadro, La muerte del comendador, cuidadosamente guardado durante años en el desván de la casa de campo del pintor. Un cuadro del que nadie sabía nada y que, tras ser descubierto casualmente por el nuevo inquilino de la casa, y rescatado de su escondite, comienza a dominar la trama de la novela, como si el cuadro cobrara vida, como si en esa obra silenciosamente salvada de la opinión pública, Tomohiko Amada hubiera cifrado el secreto más inquietante de su atormentada biografía.
Una novela que invita a repensar la relación del arte con la existencia simple y llana, y que se hace eco total de aquella maravillosa declaración de principios incluida por Carl Gustav Jung en su autobiografía:
El ser humano debe percibir que vive en un mundo que en cierto sentido es enigmático. Que en él suceden y pueden experimentarse cosas que permanecen inexplicables, y no tan sólo las cosas que acontecen dentro de lo que se espera. Lo inesperado y lo inaudito son propios de este mundo. Sólo entonces la vida es completa.